Juan Villalonga se quedó con las ganas de ponerse al frente del
Valencia. El empresario lo tenía todo atado en la parcela económica
para comprar las acciones de Juan Soler, pero también para poner en pie
un proyecto deportivo de dimensiones faraónicas.
El primer golpe
de efecto que tenía listo Villalonga era llevar a Mestalla a
Ronaldinho. Visto que en el Barça estaba claro que la venta era la
única opción y que el Milan no se decidía a dar el paso definitivo,
Villalonga se movió para que el brasileño se convirtiera en la bandera
de su proyecto al frente del Valencia.
Ese fichaje llegó a tener
claras opciones de salir porque las cifras en las que estaba dispuesto
a moverse el empresario madrileño eran muy superiores a las que
llegaban desde Lombardia. Hubiera sido la primera piedra, pero detrás
hubieran llegado Van der Vaart, al que ya intentó fichar el Valencia la
pasada temporada, y Dani Güiza. Era el trío de presentación de su
Valencia, sin descartar que hubiera jugado a fondo la baza de Luis
Aragonés para dirigir el equipo.
Pero no sólo había fichajes de
los denominados mediáticos. Aouate era el portero elegido para un
puesto al que el Valencia sigue dando vueltas a día de hoy. Y el checo
Sverkos, el que hizo el primer gol en la pasada Eurocopa, era el último
refuerzo.
En plena vorágine valencianista, el entorno de
Villalonga recibió la propuesta de que Samuel Etoo dejara el Barça para
jugar en el Valencia. Esa operación no estaba tan clara, porque la
total prioridad en aquellos días era que Silva y Villa no salieran del
club bajo ningún concepto.