Cada temporada, por estas mismas fechas, las direcciones técnicas de los clubes barren el mercado con el fin de encontrar aquella joya del mercado que cumpla con las exigencias del entrenador, que a su vez tenga la capacidad para entusiasmar a los seguidores y que no rompa un
presupuesto trenzado con alfileres.
Empiezan las subastas con todos los candidatos, y muchos que no lo son, ocupando las primeras
páginas de los diarios deportivos, convirtiendo el descanso vacacional
en un mercadeo contínuo.
A nadie sorprende ver aparecer nombres de grandes jugadores, muchos ya consegrados, otros con la esperanza puesta en su futuro, pero casi todos ellos con un denominador común,
viven con el gol o están cerca de él.
Lo obvio tiene la ventaja de que no debe ser explicado y en esto del fútbol es más fácil apreciar
a quien finaliza que a quien empieza, y no digamos si se trata de catar las exquisiteces de quien 'roba' para que los demás disfruten.
Pero muchos son los ejemplos que con la rotundidad de los resultados apoyan
la tesis de que para jugar bien primero es necesario tener el balón y, como regla complementaria, que un equipo formado por once jugadores iguales no sólo lo tendrá difícil para encandilar a su afición sino quelo más normal es que nunca llegue a jugar bien al fútbol por una
sencilla cuestión de falta de equilibrio.
En esta recién finalizada Eurocopa, la base de jugadores del 'juego bonito' estaba
bastante consolidada en el equipo español, aunque parecieran adolecer de cierto carácter. La explicación estaba más que en una debilidad de carácter, por otro lado inexistente, en la necesidad de incorporar a alguien que con su aportación consiguiese un funcionamiento mejor del resto de los elementos del grupo.
Esta labor, en esta ocasión, fue desarrollada por Senna. Jugador con innegables dotes técnicas, gran carácter, mucha presencia, manejo del ritmo del partido y una capacidad de sacrificio sostenido durante los noventa minutos que ha permitido al resto de jugadores una libertad de movimientos que en su ausencia hubiera sido imposible conseguir.
Senna dio equilibrio, su presencia en el centro del campo estuvo cercana a la ubicuidad, con el
balón robado fue un jugador inteligente y generoso y su comportamiento estuvo más en favorecer la brillantez del juego de sus compañeros que en la necesidad de lucimiento personal, siendo su labor, a pesar de ello, de tal altura que hasta los aficionados ávidos del gol le han
ensalzado.
No resulta tan popular la contratación de jugadores de ese corte, no es habitual que vengan rodeados de glamour ni que ocupen los primeros lugares en las listas de pretendidos, pero cuando
lo tienes en tu equipo sabes que sin él todo es mucho más difícil.