Llevo muchos años asistiendo con interés al empeño del Real Madrid y
hay una cosa, quizá una sola, que a estas alturas tengo por
indiscutible: en ese clubsólo caben jugadores que quieran ganar cada
uno de los cincuenta o sesenta partidos que jueguen al año. Sean buenos
o malos, finos o brutos, altos o bajos, gordos o flacos, españoles o
extranjeros, porteros o goleadores, sólo sirven para el Madrid los que
quieren ganar todos y cada uno de los cincuenta o sesenta partidos que
jueguen al año, lo consigan o no. En Liga, Copa, Champions, amistosos,
TrofeoBernabéu o Supercopa. Sólo valen esos.
Esa debe ser la ley de bronce al fichar y al dar bajas. Eso explica
que fuera un acierto desprenderse de Reyes, aunque hubiera estado
cumbre el día que se decidió una Liga, lo mismo que explica que Michel
Salgado o Chendo hayan durado tantos años en el club. Eso explica que
el madridismo desee un año y otro, sobre todas las cosas, la
resurrección de Raúl y que mire con desconfianza a Guti a pesar de su
indiscutible talento. Eso hace que jugadores tan dispares como Di
Stéfano, Pirri, Benito, Stielike, Juanito, Santillana,
Camacho,Butragueño o Redondo sean indesplazables en el santoral
madridista.
Lo digo por Robinho, jugador en quien tuve muchas esperanzas.Pero a
los tres años de verle no creo que quisiera ganar cada partido que
jugó. Algo que sí he visto en Van Nistelrooy, Robben, Pepe, Diarra,
Higuaín y bastantes más de los involucrados en la soberbia remontada de
anteanoche, ese rapto de fanatismo ganador que me recordó al del Reyno
de Navarra no hace tantos meses, que valió una Liga. Si se va Robinho
(que se irá), el que o los que vengan debe o deben ser jugadores de
gran categoría. Pero además de eso, deben ser jugadores decididos a
ganar cada partido que jueguen. Si no, no valdrán.